Moisés,
en hebreo, מֹשֶׁה, nacido de las aguas, era hijo de era hijo de Amram y su esposa Iojebed. Es descrito como
el hombre encomendado por el dios Hashem
(Yahvé o Jehová) para liberar al pueblo hebreo de la esclavitud en Egipto y como su máximo profeta y
legislador. La historia de Moisés ocupa los libros del Éxodo y números, y se le
atribuye el haber escrito estos dos libros y génesis, levítico y Deuteronomio.
Asimismo Moisés es la figura clave del judaísmo.
Cuando Moisés nació, el faraón ordenó que
todo hijo varón de un esclavo hebreo fuera arrojado al Nilo. Iojebed, la tía paterna y
esposa del levita
hebreo Amram, dio a luz a un pequeño, y le escondió durante los tres primeros
meses. Cuando no pudo ocultarlo más, lo colocó en una cesta (embadurnada con
barro en su interior y brea en el exterior para hacerla impermeable) a la
deriva del río Nilo. Con tan buena suerte que fue encontrada por la hija del
faraón, Batía, quién le llamó
Moisés. Cuando Moisés se hizo adulto, empezó a visitar asiduamente a los
esclavos. Un día, al ver cómo un capataz egipcio golpeaba brutalmente a un
supervisor hebreo llamado Datán, Moisés mató al capataz egipcio y ocultó su
cuerpo bajo la arena, esperando que nadie estuviera dispuesto a revelar algo
sobre el asunto. Al día siguiente, vio al joven que había salvado, peleando con
su hermano e intentó separarlos. Los dos hermanos, enfadados por la intromisión
de Moisés, lo delataron al faraón y Moisés tuvo que huir de Egipto
trasladándose a Madián, trabajó para Jetró, con cuya hija Séfora se casó más tarde.
Allí trabajó durante cuarenta años como pastor, tiempo durante el cual nació su
hijo Gershom.
El capitulo 3, y los versículos 1-17 del
4 narran la visión de la zarza ardiente en el monte Horeb, Yahvé dijo a Moisés
que debía volver a Egipto y liberar a su pueblo de la esclavitud. Moisés declaró
a Yahvé que él no era el candidato para realizar dicha obra encomendada, dado
que al parecer padecía de tartamudez. Yahveh le aseguró que le proporcionaría
el apoyo para su obra entregándole las herramientas adecuadas.
Moisés obedeció y regresó a Egipto, donde
fue recibido por Aarón, su hermano mayor, y
organizó una reunión para avisar a su pueblo de lo que debían hacer. Al
principio, Moisés no fue muy bien recibido; pero la opresión era grande y
Moisés realizó señales para que su pueblo lo siguiera como un enviado de Yahvé.
Sin embargo, según el relato bíblico, lo
más difícil fue persuadir al faraón para que dejase marchar a los hebreos. De
hecho, estos no obtuvieron el permiso para partir hasta que Yahvé envió diez plagas
sobre los egipcios. Sangre (Ex. 7,14-25). Ranas (Ex. 7,25 8,1-15). Mosquitos
(Ex. 8,16-19). Insectos (Ex. 8,20-32). Pestilencia (Ex. 9,1-7). Úlceras (Ex.
9,8-12). Granizo (ex. 9,13-35). Langostas (Ex. 10, 1-20). Oscuridad (Ex. 10,
21-29). Muerte de los primogénitos (Ex. 11, 1-12). Esta ultima causó tal terror
entre los egipcios que ordenaron a los hebreos que se fueran. (Ex. 12)
La gran caravana de los hebreos se movía
lentamente y tuvo que acampar hasta tres veces antes de dejar atrás la frontera
egipcia, Mientras tanto el faraón cambió de opinión y salió tras la pista de
los hebreos con un gran ejército. Atrapados entre el ejército egipcio y el Mar
Rojo, los hebreos se desesperaron, pero Yahvé dividió las aguas del mar por
mediación de Moisés, permitiendo a los hebreos cruzarlo con seguridad. Cuando
los egipcios intentaron seguirlos, las aguas volvieron a su cauce ahogando a
los egipcios. (Ex. 14)
La travesía por una serie de parajes
inhóspitos de la gran masa de personas fue dura y muchos empezaron a dar
rumores y a murmurar contra sus líderes (Moisés y Aarón), aduciendo que era
mejor estar bajo el yugo egipcio que padecer las penurias de la travesía.
Moisés realizó innumerables milagros para aplacar la dureza de la travesía y
demostrar al pueblo de Israel que Yahvé los guiaba. Las manifestaciones divinas
fueron pródigas.
Para alimentarlos, Yahvé hizo llover maná
del cielo. Para beber, Moisés golpeó con su báculo una roca, asegurando que
surgiría agua. Como tardaba en salir y golpeó una segunda vez, Yahvé se enojó
por su falta de fe y le castigó. En su travesía por los desiertos, Israel lucha
por primera vez contra los amalecitas,
que eran un pueblo principal y vencen solo por la pujanza de Moisés. (Ex.
17,8). Israel además vence a Arad, a los amorreos liderados por Sehón (Num.
21) y rodean tierras por donde no se les permite combatir ni se les da el paso,
como es el caso de las tierras de Edóm.
En el monte Sinaí, el pueblo judío fue organizado
doctrinalmente por el sacerdocio menor de Aarón. Se les inculca estatutos,
mandamientos y por sobre todo el desarrollar fidelidad a los convenios con Yahvé. Esta historia es contada en el Levítico.
En el mismo monte, Yahvé entrega el Decálogo
de los Diez Mandamientos, pero al bajar Moisés junto a Josué,
encuentra a su pueblo adorando un becerro de oro. Esta
perversión a los ojos de Yahvé fue castigada con la muerte de quienes lideraban
estas prácticas paganas, situaciones como esta se sucederían varias veces en el
trayecto hacia Palestina.
Yahvé le volvió a dictar sus diez mandamientos y para transportar las
sagradas escrituras, se construyó el arca
de la alianza. Para portar dicha arca, se construyó el Tabernáculo, que sería el
transporte del arca hasta que se llegara a la tierra prometida, donde se
construiría un templo donde albergarla.
Ya cerca de la tierra prometida, Moisés
encomienda a 12 espías el investigar y dar un reporte de las bondades de la
tierra de promisión, pero al volver, 10 de los 12 espías dan un reporte
sumamente desalentador sobre las gentes que moraban sobre estas tierras,
inculcando miedo a las huestes armadas y por sobre todo desconfianza a las
promesas de Yahvé. Esta historia es contada en el libro de Números.
Yahvé ―al ver el miedo de su pueblo elegido― prohibió la entrada de
todo varón de guerra (mayores de 20 años) a la tierra de promisión, incluyendo
al mismo Moisés a quien solo se le permitió verla desde
lo alto de un monte (Nebo).
Hay que aclarar, sin embargo, que la prohibición no incluía a los levitas
(tribu a la que pertenecía Moisés), quienes no estaban registrados para la
guerra, ni tampoco a Josué y Caleb, quienes sí mostraron fe en las promesas
divinas. A Moisés no se le permitió entrar por un incidente posterior en el que
se atribuyó crédito personal por un milagro de Yahvé (Num. 20)
Ya estando cerca de Moab, Balac, rey de
los moabitas ve venir a Israel por el margen oriental y teme del pueblo de
Israel, manda a llamar a Balaam, un sacerdote de Melquisedec (Num. 22) para que
maldiga al pueblo de Israel; pero Yahvé envía a un ángel a interponerse en el
camino de Balaam hacia el monte de Bamot-Baal y es persuadido a bendecir al
pueblo israelita y lo hace tres veces a pesar de los deseos de Balac.
Finalmente, tras cuarenta años de vagar
por el desierto, los hebreos de aquella generación murieron en el desierto. Una
nueva generación de hebreos libres, nacidos en el éxodo, llegaron a la Tierra
Prometida y entraron por fin a ella guiados por el profeta Josué. Moisés,
permaneció con aquellos que no iban a entrar a las tierras prometidas y
sabiendo que no estaba lejos la hora de su muerte, le pasó el mando a Josué.
Josué cruza el río Jordán dejando atrás casi 40 años de permanencia en el desierto
de Parán y una distancia recorrida cercana a los 1000 km (a razón de 25 km/años) desde que Egipto.
Cuando murió Moisés, a la edad de ciento veinte años, fue llorado por su pueblo
durante treinta días y treinta noches, su sepulcro jamás ha sido hallado.